la cita
Una vez limpio, me he vestido con la ropa que previamente escogí anoche. La camisa está perfectamente planchada. Seleccioné la temperatura recomendada por el fabricante y, por si acaso, probé en una esquinita. Primero planché las zonas más extensas, el delantero y la espalda, teniendo especial cuidado en la tapa de los ojales y el bolsillo. Después planché las mangas, marcando perfectamente la raya, los puños y el cuello. Me encanta la sensación de una camisa recién planchada. El suave tacto del algodón, aún caliente, con mi espalda.
Para la parte de abajo he preferido algo que me dé un toque más informal. Los vaqueros anchos de cintura baja tienen ese aspecto underground. No quiero parecer un pijo, pero tampoco un marginal. El término medio es lo correcto. Siempre me ha gustado el equilibrio, no soy un hombre de extremos. Por eso he elegido un calzado acorde a mis principios. Son unos zapatos, pero de corte moderno. Huyo del clasicismo de los castellanos pero también de la informalidad de las zapatillas.
Finalmente me he puesto una chaqueta americana. La heredé de mi padre. Él la usaba cuando tenía aproximadamente mi edad. Es el toque final que marca mi estilo. Un punto retro.
Ya es la hora. Tengo que darme prisa o no voy a llegar. Me miro en el espejo y me retoco el pelo. Un par de golpes con los dedos buscando el look despeinado. Cojo el perfume de los fines de semana y lo rocío en mi cuello y muñecas. Ni mucho ni poco, de nuevo soy equilibrado en esto.
Bajo a la calle. En el espejo del ascensor repaso cada uno de los detalles. Todo está perfecto. No hay nada dejado al azar. Llego a la planta baja y salgo por la puerta. Estoy nervioso, muy nervioso. Noto mi corazón taquicárdico y como mis piernas se quedan sin fuerzas. Tomo aire. Aspiro, expiro. Aspiro, expiro. Me digo a mi mismo que todo va bien.
Miro el reloj para confirmar que estoy en tiempo. Efectivamente lo estoy. Son la 08.44. Me siento en el banco que hay frente a mi portal y espero. Ya está aquí, puntual como todos los días. Me encanta verla caminar hacia mi con ese andar altivo. Camina con la seguridad y la arrogancia de las bellas. Su cuerpo parece bailar con todo lo que la rodea. Ella no se mueve, flota.
Hoy lleva el pelo suelto y el aire juguetea con su melena. Puedo ver brillar sus ojos desde lejos. Son de un azul tan intenso que avergüenzan al cielo. Luce una sonrisa cautivadora, equilibrada. Ni es mueca ni carcajada. Es como una caricia que sale de su boca.
Se acerca lentamente, como sacada de una película de Wong Kar-Wai. Mi pulso se acelera. Me quedo paralizado. Está a escasos metros. Un escalofrío recorre mi espalda. Puedo olerla. Ya está aquí…
Ella sigue de largo. Hoy tampoco me ha mirado. Al menos me ha regalado el rastro de su perfume. Recuperaré el pulso y volveré a casa. Tengo que descansar. Mañana vuelvo a madrugar. Mañana volveré a esperarla.